Espacios educativos

A veces vengo a asomarme a la única ventana verde de mi instituto y pienso cómo el hormigón ha vencido en nuestras ciudades y lugares de trabajo, en una batalla triste, lenta e implacable.

Solemos debatir sobre el cambio que nuestro sistema educativo necesita, sin apelar a que podríamos empezar por mejorar los espacios que lo componen. Sí, la mayoría de esta responsabilidad vuelve a ser de nuestras administraciones, pero nosotros tampoco aportamos mucho a esto.

Los lugares educativos podrían deberían llenarse de color, naturalizarse, abrirse al exterior desde un punto de vista físico y humano. No soy iluso, no ando pensando en esas fotos de colegios finlandeses modernitos y sé que hay climas y climas; pero hay cambios que salen solos, basta con mirar 5 minutos a tu alrededor e imaginar alguna diferencia.

Es posible que esto no ayude a incrementar en dos puntos las medias de mates o la lengua, pero hay muchos aprendizajes, quizás todos, que necesiten ser vividos o experienciados por nuestros alumnos para que les resulten relevantes. Y ahí sí tiene mucho que decir el entorno cuando favorece la empoderización de los mismos por las personas o, cuando menos, les hace sentir cómodas. Ni iluso ni demasiado tonto, sé que para ello también es imprescindible disminuir la sensación constante de aglomeración con la que hemos aprendido a sobrevivir.

Ya si eso, luego, hablamos de metodología, currículo, evaluación, …

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